martes, octubre 10, 2006

No te asustes Maribel


No te asustes Maribel, lo que ha ocurrido es natural, el espejo no ha podido resistir el relámpago de tu mirada. Tus ojos, tus inmensos ojos, la posarse en la superficie plateada del espejo, indefenso ante la intensidad lumínica de tu mirada, indefenso ante el deslumbrante destello de tus ojos, ha caído rendido, roto, despedazado, hecho añicos.

Te estoy mirando y veo en ellos, en tus ojos, tal profundidad que me produce turbación y vértigo; la profundidad que siempre he imaginado al ver las fotografías de un huracán, y viéndolas he pensado en el "ojo del huracán", tan temido, tan destructor. Ahora, al ver tu imagen en el espejo roto, ya sé como es, abismal, arrollador de todo lo que se le pone delante, capaz de succionar y destruir todo lo que obstaculice su paso, si, así es, como la fuerza de tu mirada, Maribel.

Tus ojos grandes, no son sólo energía destructiva, también, plenos de vida, transmiten la calidez del gozo, la promesa de un placer desconocido, intenso, también transmiten, lo veo yo, Maribel, esa agradable sensación de refugio que nuestros ancestros encontraron en las oscuras cuevas, un refugio cálido y protector.

No te asustes Maribel, la intensidad de tu mirada ha destrozado la frágil lámina de cristal que había delante de ti, lo que ha ocurrido es natural y no podía ser de otra manera. La fuerza de la energía activa, destroza la debilidad de la energía pasiva.

Si grandes son mis deseos de estar cerca de ti, de sentir el leve aroma floral que, seguro, desprende la frescura de tu joven cuerpo; mis deseos de rozar, aunque sea un breve instante, la suave epidermis de tus delicadas manos echas, sin duda, para deleitar a quien reciba sus caricias; si grandes son estos, mis deseos, también son grandes mis temores de verme atrapado, atado, inerme, indefenso ante el hechizo de tus ojos. ¿Será preferible vivir con la ilusión de satisfacer algún día mis deseos, o mejor será morir de éxtasis, prisionero sine die, de tus embrujados encantos?.

No lo sabré nunca porque todo ha sido un sueño, un agradable sueño del que, el despertador, maldito él, me ha sacado sin contemplaciones ni remilgos.

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