Mis amores con una prostituta ( II )
Tomaron la decisión de acudir todos en ayuda de los que pedían auxilio, aunque estos eran los de mas difícil acceso, y después recuperaríamos cadáveres. Apenas podíamos andar por la altura del barro que nos llegaba hasta los muslos. Algunos de nosotros vomitamos y veíamos que nos fallaban las fuerzas. Ayudamos a salir de las ruinas a una anciana, a una mujer con dos niños que no eran sus hijos, a sus padres los arrastró la riada; rescatamos a un hombre paralítico que parecía estar muerto pero vieron que respiraba, había perdido el conocimiento, no sabía nada de su familia; así pasamos el día hasta que ya no oímos mas voces pidiendo auxilio.
Aún hoy, al recordarlo, no comprendo de donde saqué las fuerzas para soportar aquel drama. Salimos de Nazaret sobre las siete de la tarde camino del lugar de donde salimos, la avenida del Oeste frente al edificio de la CNS. En los distintos pisos del edificio habían habilitado, de mala manera, unas duchas en los aseos. Nos duchamos después de una larga espera, tres cuartos de hora haciendo cola. Después de la ducha, sin jabón ni toallas, nos encontramos algo mejor. Quedamos con los organizadores del personal voluntario para el día siguiente a las siete de la mañana. Los bomberos, la Cruz Roja y el ejercito continuaron, por turnos, durante las veinticuatro horas. A los barrios en donde vivíamos el grupo de los seis amigos apenas llegó el desastre pues vivíamos en la parte alta de la ciudad, solamente sufrieron los daños producidos por la lluvia, sólo pequeñas inundaciones en las plantas bajas pero no había barro. A ninguno de nosotros nos apetecía regresar a nuestras casas, necesitábamos recuperar la conciencia de que el mundo seguía su marcha a pesar del dolor y la tragedia, que la vida no era sólo el horror que habíamos vivido aquel día. Llamamos a nuestras familias comunicándoles que nos encontrábamos bien y que llegaríamos tarde.
El edificio de la CNS se encontraba justo al lado de uno de los barrios más antiguos de Valencia que con el paso de los años había quedado cercado por edificios mas altos y modernos. Este barrio conocido como el "Barrio Chino", era una especie de gueto por el que las personas "bien" procuraban no pasar, especialmente por las noches. Era una isla en el centro de la ciudad; calles estrechas, casas antiguas de tres o cinco plantas a lo máximo; durante el día apenas llegaba el sol a sus calles, ese sol mediterráneo, brillante, luminoso y cálido del otoño que se expandía por el resto de la ciudad, por lo que siempre había un alto grado de humedad en aquellas angostas callejuelas. La población del barrio chino lo componían el lumpen de la ciudad: chulos, prostitutas, macarras, homosexuales, delincuentes menores, o sea, rateros, carteristas, trileros; también buscaban refugio en el barrio gente venida a menos, económicamente, que intentaban pasar desapercibidos en fonduchos miserables donde el trasiego de hombres y mujeres, especialmente por la noche, era continuo y suponía una humillación a su dignidad de personas pobres pero honorables. Solía verse también por bares y tabernas, la chulesca figura de aguerridos legionarios; igualmente se veía de cuando en cuando parejas de policía militar a la caza de algún desertor. Los gitanos no podían faltar en un ambiente tan propicio para la compra venta de cualquier cosa (las prostitutas eran muy buenas clientas): relojes, camisas, vestidos, joyas, ajuares, tabaco rubio de contrabando, cortes de traje, medias de nylon, etc. Todo este singular conjunto de tipos marginales se completaba con grupos de visitantes ocasionales, sólo hombres, curiosos, mirones (hoy voyeurs), cuya única satisfacción era observar cómo entraban y salían las mujeres y los hombres de los portales que accedían a las habitaciones donde satisfacían sus carencias y represiones sexuales.
(Continuará)
Aún hoy, al recordarlo, no comprendo de donde saqué las fuerzas para soportar aquel drama. Salimos de Nazaret sobre las siete de la tarde camino del lugar de donde salimos, la avenida del Oeste frente al edificio de la CNS. En los distintos pisos del edificio habían habilitado, de mala manera, unas duchas en los aseos. Nos duchamos después de una larga espera, tres cuartos de hora haciendo cola. Después de la ducha, sin jabón ni toallas, nos encontramos algo mejor. Quedamos con los organizadores del personal voluntario para el día siguiente a las siete de la mañana. Los bomberos, la Cruz Roja y el ejercito continuaron, por turnos, durante las veinticuatro horas. A los barrios en donde vivíamos el grupo de los seis amigos apenas llegó el desastre pues vivíamos en la parte alta de la ciudad, solamente sufrieron los daños producidos por la lluvia, sólo pequeñas inundaciones en las plantas bajas pero no había barro. A ninguno de nosotros nos apetecía regresar a nuestras casas, necesitábamos recuperar la conciencia de que el mundo seguía su marcha a pesar del dolor y la tragedia, que la vida no era sólo el horror que habíamos vivido aquel día. Llamamos a nuestras familias comunicándoles que nos encontrábamos bien y que llegaríamos tarde.
El edificio de la CNS se encontraba justo al lado de uno de los barrios más antiguos de Valencia que con el paso de los años había quedado cercado por edificios mas altos y modernos. Este barrio conocido como el "Barrio Chino", era una especie de gueto por el que las personas "bien" procuraban no pasar, especialmente por las noches. Era una isla en el centro de la ciudad; calles estrechas, casas antiguas de tres o cinco plantas a lo máximo; durante el día apenas llegaba el sol a sus calles, ese sol mediterráneo, brillante, luminoso y cálido del otoño que se expandía por el resto de la ciudad, por lo que siempre había un alto grado de humedad en aquellas angostas callejuelas. La población del barrio chino lo componían el lumpen de la ciudad: chulos, prostitutas, macarras, homosexuales, delincuentes menores, o sea, rateros, carteristas, trileros; también buscaban refugio en el barrio gente venida a menos, económicamente, que intentaban pasar desapercibidos en fonduchos miserables donde el trasiego de hombres y mujeres, especialmente por la noche, era continuo y suponía una humillación a su dignidad de personas pobres pero honorables. Solía verse también por bares y tabernas, la chulesca figura de aguerridos legionarios; igualmente se veía de cuando en cuando parejas de policía militar a la caza de algún desertor. Los gitanos no podían faltar en un ambiente tan propicio para la compra venta de cualquier cosa (las prostitutas eran muy buenas clientas): relojes, camisas, vestidos, joyas, ajuares, tabaco rubio de contrabando, cortes de traje, medias de nylon, etc. Todo este singular conjunto de tipos marginales se completaba con grupos de visitantes ocasionales, sólo hombres, curiosos, mirones (hoy voyeurs), cuya única satisfacción era observar cómo entraban y salían las mujeres y los hombres de los portales que accedían a las habitaciones donde satisfacían sus carencias y represiones sexuales.
(Continuará)
Etiquetas: Prosa
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