Mis amores con una prostituta ( III )
Hacia ese variopinto y pecaminoso barrio, que ya conocíamos mis amigos y yo por andanzas anteriores, (tengo que aclarar que las jóvenes de entonces tenian mas prejuicios sobre el sexo que las de hoy y la única forma de apagar los ardores de la juventud era acudiendo a las prostitutas y estas nos trataban con un cariño casi maternal) como decía, dirigimos nuestros pasos sin haber cruzado palabra alguna, nos llevaban nuestros pies a su libre albedrío sin que nosotros nos opusiéramos. Entramos por la primera calleja que nacía en la avenida del Oeste, junto al edificio de la CNS. Nada mas internarnos en ella nos llamó la atención la gran concurrencia de parroquianos que se veía en los bares. Continuamos adentrándonos por las callejuelas de aquel gueto de perdición y constatamos que había un inusual trasiego de gente, mas hombres que mujeres, en las calles y en los bares y que se hacía mas populoso cuanto mas nos adentrábamos en el núcleo central del barrio. Nos dirigimos a una calle menos concurrida donde estaban los bares mas presentables, y más caros, y las mujeres mas atractivas, y más cotizadas. Ya habíamos estado otras veces en esta zona a donde solían venir hombres de buena liquidez económica y jóvenes que deseaban descubrir e iniciarse en el, para ellos, misterio del sexo, tabú de los tabúes y causa de, según la moral de entonces, enfermedades sin fin amen de caer tu santa alma, pura y casta hasta ese momento, en pecado mortal sin remisión. Entramos en "El Tanguito" y el aspecto interior era mas o menos como otras veces, casi lleno, sin la aglomeración de los otros bares. Nos dirigimos a la barra y pedimos unas cervezas, nos atendió Lena, una rubia de tinte, simpática y graciosa en la charla, aunque hoy no se mostraba muy habladora. Al poco rato, como es la costumbre, se acercaron a nosotros dos chicas, una joven (20-25 años) y otra menos joven (30-35 años), pero de muy buen ver. Nosotros conocíamos otras chicas pero hoy no se encontraban entre las concurrentes, las dos mujeres que se acercaron sí nos conocían a nosotros.
- Hola, ¿nos invitáis?
Nos miramos y con la cabeza asentimos.
- Lena, dos benjamines (dos botellines de champán equivalentes a una copa).
- Estáis muy serios hoy. Yo soy Julia y esta Maru. Tu eres Juan, tu Miguel, tu eres Paco y tu Tono, a ti no te conozco y tu eres Salvador. ¿Que tal estáis?.
- Me llamo Andrés. Dijo de mala gana mi amigo.
Maru, la mas mayor apoyó su brazo en mi hombro.
- ¿Porque estas tan serio?
- Hemos estado todo el día en Nazaret ayudando a rescatar personas y cadáveres.
Otras dos chicas se habían acercado al grupo preguntando si queríamos invitarlas.
- Joder, no me extraña que estés así.
- ¿Por qué hay tanta gente en el barrio?. Le pregunté.
- Esto se ha convertido en una especie de lazareto. Han venido aquí gente que lo ha perdido todo, casa y familia, o la casa, o algún familiar. Están derrotados, unos vienen buscando compañía, consuelo, otros intentan olvidar. Ha sido un desastre. Pero bueno, vosotros también debéis olvidar. ¿ Te ha cogido algo la riada?.
- No.
- Pues no estés triste que me vas a contagiar y yo no puedo estar triste porque tengo que alegrar la vida a los hombres, así que vamos a brindar porque estamos bien y tenemos salud.
- Salud. Dijo ella levantando la copa.
- Salud. Y levanté la copa.
El ambiente estaba cargado. Estábamos apoyados en la barra, sentados en taburetes altos, yo de cara a la entrada y ella de cara a mi. Mis amigos estaban de conversación con las otras chicas a las que se había unido otra más. Maru vestía una falda estrecha muy ajustada que le resaltaba provocativamente su respingón trasero y una blusa muy ceñida desabrochada hasta mas abajo de sus pequeños pero firmes pechos. Por supuesto en sus pies lucia unos bonitos zapatos negros con tacón de aguja. Como debe ser.
(Continuará)
- Hola, ¿nos invitáis?
Nos miramos y con la cabeza asentimos.
- Lena, dos benjamines (dos botellines de champán equivalentes a una copa).
- Estáis muy serios hoy. Yo soy Julia y esta Maru. Tu eres Juan, tu Miguel, tu eres Paco y tu Tono, a ti no te conozco y tu eres Salvador. ¿Que tal estáis?.
- Me llamo Andrés. Dijo de mala gana mi amigo.
Maru, la mas mayor apoyó su brazo en mi hombro.
- ¿Porque estas tan serio?
- Hemos estado todo el día en Nazaret ayudando a rescatar personas y cadáveres.
Otras dos chicas se habían acercado al grupo preguntando si queríamos invitarlas.
- Joder, no me extraña que estés así.
- ¿Por qué hay tanta gente en el barrio?. Le pregunté.
- Esto se ha convertido en una especie de lazareto. Han venido aquí gente que lo ha perdido todo, casa y familia, o la casa, o algún familiar. Están derrotados, unos vienen buscando compañía, consuelo, otros intentan olvidar. Ha sido un desastre. Pero bueno, vosotros también debéis olvidar. ¿ Te ha cogido algo la riada?.
- No.
- Pues no estés triste que me vas a contagiar y yo no puedo estar triste porque tengo que alegrar la vida a los hombres, así que vamos a brindar porque estamos bien y tenemos salud.
- Salud. Dijo ella levantando la copa.
- Salud. Y levanté la copa.
El ambiente estaba cargado. Estábamos apoyados en la barra, sentados en taburetes altos, yo de cara a la entrada y ella de cara a mi. Mis amigos estaban de conversación con las otras chicas a las que se había unido otra más. Maru vestía una falda estrecha muy ajustada que le resaltaba provocativamente su respingón trasero y una blusa muy ceñida desabrochada hasta mas abajo de sus pequeños pero firmes pechos. Por supuesto en sus pies lucia unos bonitos zapatos negros con tacón de aguja. Como debe ser.
(Continuará)
Etiquetas: Prosa
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