viernes, diciembre 08, 2006

Mis amores con una prostituta ( IV )

No era guapa pero sí atractiva, rubia de tinte, el pelo corto y poblado; ojos marrones, muy vivos, con exceso de maquillaje; los labios carnosos sin pintar,sólo un leve toque de brillo, insinuantes y unos dientes blancos, bien cuidados, debido, aparte de la higiene, a que no fumaba. Hablaba siempre en voz baja, un susurro semejante al ronroneo de una gata. Cuando se acercaba a decirme algo al oído se me erizaban los pelos de la nuca; me excitaba escuchar su run run cerca de la oreja y sentir el roce de sus labios. Cuando, suavemente, mordisqueaba el lóbulo jugueteando con la lengua, una placentera descarga eléctrica me sacudía de arriba a bajo por toda la columna vertebral. Llevábamos una hora y cuarto en el local y parecía que estábamos varias horas; había olvidado por completo la dura y penosa jornada que viví durante el día. El triste espectáculo que nos sobrecogió en Nazaret ya pertenecía a un pasado lejano. Mis amigos, se habían ido separando por parejas y ya se cruzaban también alguna que otra caricia con lo que deduje que también habían recuperado la derrotada moral que traíamos al entrar en "El Tanguito". Noté que Salvador no estaba, pregunté con un gesto y me indicaron, también con un gesto, que se había ido con una de las chicas.

La falda estrecha de Maru se había ido subiendo debido a su postura de estar sentada en un taburete y también, porque no, a ligeros y sabios movimientos de sus hermosos muslos. Ella me cogía por la nuca y me atraía hacia el pequeño hueco que se formaba entre la pareja de rosadas redondeces que se entreveían por la abertura de su blusa. Yo tenía mis manos en su cintura, en el punto en que nacían sus rotundas caderas, anchas y de duras carnes. Mis ojos se paseaban lentamente, recreando la vista, desde sus senos hasta el borde de la falda que ya apenas si ocultaba unas bragas blancas de encaje. Habíamos acercado un poco más los taburetes y ella tenia sus piernas entre las mías. Sus rodillas acariciaban mi entrepierna donde ya se notaba el duro falo haciendo esfuerzos por romper la opresión que lo sujetaba. Mi excitación estaba llegando al punto más alto que permitía un comportamiento correcto aún en un lugar como aquel, se imponía cambiar los taburetes por una cama donde dar salida al calentón que me consumía. Ella había notado que me encontraba en el punto de no retorno y me susurro al oído:
- ¿Vamos arriba cariño?. Te voy a hacer gozar como nunca. Vamos mi vida.
- Sí, vamos.
Pagué la consumición, salimos a la calle y, abriendonos paso entre los mirones, nos dirigimos hacia un portal que había en frente del bar. Subimos por una estrecha escalera hasta el primer piso, donde se encontraban las mejores habitaciones, pues en los pisos superiores lo que había era más bien celdas monacales, según me dijo ella. Pagué lo estipulado a la mujer encargada de las habitaciones y nos entregó dos pequeñas toallas, a Maru le di el importe de su servicio, que lo cortés no quita lo valiente, y que una cosa es una limosna de amor y otra el sexo seguro y bién pagado. La habitación tampoco se pasaba de confortable, habría que ver las otras. Los muebles eran una cama con sábanas limpias, una pequeña butaca, una silla, una mesita de noche con una pantalla roja, un lavabo y un bidé, también había frente a la cama un espejo grande y en una de las paredes una cortina que ocultaba una ventana. Maru se desvistió y, mientras yo hacia lo mismo, se sentó en el bidé y procedió a lavarse, al terminar yo ya estaba en cueros, me llevó al lavabo y cogiéndome el falo (me gusta ese nombre mas que el de pene) erecto, duro, como el mango de un martillo, lo lavó concienzudamente, lo secó y me rodeó con sus brazos besándome en el cuello, yo la sujeté por la nuca y le di un beso en sus labios entreabiertos. Tenía un cuerpo bonito, no era gruesa pero su delgadez estaba llena de redondeces, los brazos turgentes, los hombros redondeados, las piernas bien moldeadas, las caderas rotundas, los pies finos, y esa leve barriguita que, para mi, tiene el encanto que diferencia a una mujer bien formada de una huesuda modelo o "starlet" al uso (aunque entonces no se había llegado todavía a reverenciar el patrón de la mujer anoréxica). En sus tetitas menudas y tersas despuntaban unos pezones provocadores, casi infantiles, como pequeñas trufas de chocolate que invitaban a deleitarse lamiendolos.




(Continuará)

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2 Comments:

Blogger Gregorio Luri said...

Te sigo, en silencio, pero con atención.

10:43 p. m.  
Blogger Juan said...

Gracias, Gregorio.

12:28 a. m.  

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