¿Por qué nos aterra la Muerte? ( III )
A propósito del tema que he elegido para comentar mis reflexiones sobre la Muerte he recordado que hace algún tiempo (1999) guardé un recorte del periódico La Verdad de Murcia en el que aparecía un cuento breve escrito por Asensio Sáez. Me gustó por la sencillez y ternura con que describía los últimos momentos de un hombre solo que deseaba morir decentemente. Lo transcribo porque creo que es interesante.
Lo intubaron. Entubar, decía él. No le valieron coplas al hombre, lamentos, tacos, rebeldes bramidos así como de tigre en celo. Y una vez derrotado, prisionero de un endiablado embrollo de cables, vuelta la mirada hacia adentro, hacia las grutas del entendimiento, hacia las profundidades del alma acaso, resultó que, a saber por qué sedantes o mejunjes advirtió que ya no estaba el hombre en el ámbito malhadado, siniestra estancia aborrecida; ni acostado en su otra habitación de la planta cuarta, compartida con un anciano desconocido, moribundo y pedorro; ni siquiera en su cuarto de la residencia de la tercera edad, de donde procedía. Veíase ahora, de pronto, insertado en su paisaje de la huerta, descansando tan a gusto al amor de una frondosa higuera, como un trono de aliviadora verdura, y de pronto había de atender a unos pasos familiares, andares entrañables de la Pascuala, su mujer.
- Anda Pascualica, quítame los tubos.
La Pascuala dijo que bueno, pero de pronto la Pascuala ya no estaba porque, muerta en olor de juventud todavía, la Pascuala pudría tierra desde hacía muchos años.
- Pascualica, no te vayas.
La Pascualica no contestaba.
Programada su muerte, enmendándole la plana a Dios, el hombre había sido intubado, centro y cogollo así de un complicado sistema de siniestros canales, maraña de conductos, fría madeja de cables prolongadores de su agonía. Menos mal que a la Pascuala le placía visitarle cada noche. Cerrando los ojos el hombre, la veía avanzar graciosamente, enamoradamente, pasito corto de paloma zurita, tan poquita cosa, como siempre, y más de joven, niña casi, antes de ganar aquellos kilos, no muchos, con destino a cintura y culo. Y ya él dejaba de ser entonces el hombre débil y amenazado para descansar a gusto a la sombra entrañable, fuente de toda ternura, de su mujer.
- Anda, Pascuala, córtame los tubos.
- No tengo poder. Sólo soy un producto de tu imaginación.
- Di mejor que no quieres.
- Ay, no comprendes nada. ¿No ves que sólo soy un sueño tuyo?.
Así, una y otra vez.
- ¡Que me cortes los enchufes, de rodillas te lo pido!
- Hazlo tú mismo. Anda prueba...
Probó. A la inicial desesperación, a la angustia anhelante de sentir la respiración amordazada, siguió pronto una imprevista sensación de sosiego y bonanza. En contra de lo que esperaba, no percibía ya desaliento alguno. Vencidos sus recelos, apagados sus miedos, comenzaba a ser ganado por una calma total, a la vez que una fresca luminosidad, un fulgor tamizado, trasluz de alba, le envolvía plácidamente. A lo último, Dios iba a concederle al hombre la merced de morir a gusto. Decentemente al menos.
Un final felíz para un tema tabú en nuestra sociedad que ha alcanzado las más altas cotas de idiocia, banalidad, cursilería y mediocridad.
Etiquetas: Miscelanea
4 Comments:
El temor a la muerte puede ser hasta algo natural motivado por el instinto de supervivencia, sin embargo es casi desmoralizador el comprobar el aumento del temor a la vida.
Lo que es desmoralizador es ver que se han perdido todos los valores que enaltecen y ennoblecen a una sociedad: el valor moral para defender a la patria en la que hemos nacido,la honorabilidad de la clase política, la dignidad y la buena educación de las personas..., en fin, que nadie se quiere morir porque se encuentra muy a gusto en este lodazal.
Una forma sencilla de decir que las personas tienen derecho a morir sin que se les prolongue la vida y el sufrimiento artificialmente, cuando no hay más salida que la muerte. Creo que has hecho bien de incorporar ese texto aquí. Saludos cordiales.
Lo malo de escoger la muerte es que no te puedes arrepentir ;)
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