Mis amores con una prostituta ( X )
Maru se incorporó en la cama.
- ¿Que hora es?. Me preguntó.
- Pasan de las nueve y media. Le dije.
Ella levanto sus ojos y me miró fijamente. Su mirada era triste, con una expresión lánguida, suplicante.
- Has roto un sueño en el que pocas veces, ninguna debería decir, una puta debe caer.
Hablaba lentamente, con desilusión, con sentimiento de resignación.
- Cuando una chica se mete en esto lo primero que nos dicen las compañeras mas veteranas es que no se nos ocurra enamorarnos de un cliente, porque eso puede ser nuestra perdición. Un cliente es un hombre que paga, echa un polvo y se va. Y si ese hombre vuelve una y otra vez hay que aprovecharse y sacarle todo lo que se pueda, regalos o dinero, solo eso.
Mientras hablaba su mano, distraídamente, jugueteaba con mi falo que, flácido, blando, "pocho", no mostraba ningún interés en iniciar un ataque a la fortaleza que, en ese momento, se encontraba desguarnecida, sin oposición, en total abandono.
- El amor nos hace sensibles - continuó diciendo -, altera nuestros sentimientos, nos hace vulnerables y eso no es bueno para nosotras. Hay un dicho que dice: "Para andar por la vida debes llevar los pies calientes y tener la cabeza fría", y nosotras decimos: "Para ganar dinero hay que tener las manos calientes y la cabeza fría". He cometido el error de soñar despierta y tu me has despertado así, de repente, a lo bruto. Podías haberlo hecho mas adelante, podías haberme dejado soñar un poco más ya que de todas formas el final hubiera sido el mismo. Tu también me has dicho que me querías. ¿O me has mentido?.
Yo la escuchaba dejándola que desahogara con melancolía la desilusión que había sufrido al oír mis palabras, dichas sin pensar, desde luego. En mi corta juventud aún no había aprendido cómo y cuando se deben decir ciertas cosas, especialmente las que afectan a los sentimientos, a las cosas que tienen que ver con la sensibilidad del alma que toda persona, de cualquier clase y condición, tiene. Le había hablado con la misma naturalidad con que podía haberle dicho a una compañera de clase, y de juegos secretos, "Mañana no nos podemos ver porque tengo un examen".
Por primera vez en mi vida experimenté lo que había leído en los libros: el sentimiento de culpabilidad. En aquel momento, escuchando sus tristes palabras, me sentí culpable por haber echo daño, inconscientemente, a aquella mujer de la que, recién, había descubierto que estaba enamorado. Acostados como estábamos la abracé, la besé en la frente, en la mejilla, noté el sabor levemente salado de una lagrima; mi corazón latía apresuradamente, sí, la quería, me había enamorado de ella, de Maru, deseaba estar siempre con ella, sentía necesidad de sus besos, de sus caricias, sentía la necesidad de oír su voz alegre como antes. Ahora no comprendía cómo le había dicho que no podríamos vivir juntos, Que oportunidad de quedarme callado había perdido.
- No te he mentido, me he enamorado de tí, te quiero, Maru, te quiero.
Con una voz que apenas le salía del cuerpo, como un susurro, me dijo:
- Bésame Juan, bésame cariño.
Me incliné hacia ella y la besé en los labios. No busqué su lengua, el sabor de sus labios me resultaba, sorprendentemente, delicioso. Los besaba, los acariciaba con mi lengua, una y otra vez, suavemente, ligeramente, experimentando un placer nunca antes sentido. Ella correspondía a mis caricias besando mis labios tiernamente, chupando con sus labios la punta de mi lengua. Hoy sé que en aquel momento nuestros sentimientos estaban dominados por un espíritu puro; en aquel momento no existía el deseo carnal. Ignorábamos que estábamos desnudos, en una cama, en la situación idónea para echar un polvo, como se suele decir. En nuestros cuerpos, entonces, sólo anidaba un sentimiento: la ternura en estado puro. Al cabo de un rato la naturaleza reclamaba su parte en aquel juego de caricias y roces corporales, mi falo se endureció y el jugo vaginal humedeció su vulva ansiosa de una penetración que condujera al orgasmo, al éxtasis.
(Continuará)
- ¿Que hora es?. Me preguntó.
- Pasan de las nueve y media. Le dije.
Ella levanto sus ojos y me miró fijamente. Su mirada era triste, con una expresión lánguida, suplicante.
- Has roto un sueño en el que pocas veces, ninguna debería decir, una puta debe caer.
Hablaba lentamente, con desilusión, con sentimiento de resignación.
- Cuando una chica se mete en esto lo primero que nos dicen las compañeras mas veteranas es que no se nos ocurra enamorarnos de un cliente, porque eso puede ser nuestra perdición. Un cliente es un hombre que paga, echa un polvo y se va. Y si ese hombre vuelve una y otra vez hay que aprovecharse y sacarle todo lo que se pueda, regalos o dinero, solo eso.
Mientras hablaba su mano, distraídamente, jugueteaba con mi falo que, flácido, blando, "pocho", no mostraba ningún interés en iniciar un ataque a la fortaleza que, en ese momento, se encontraba desguarnecida, sin oposición, en total abandono.
- El amor nos hace sensibles - continuó diciendo -, altera nuestros sentimientos, nos hace vulnerables y eso no es bueno para nosotras. Hay un dicho que dice: "Para andar por la vida debes llevar los pies calientes y tener la cabeza fría", y nosotras decimos: "Para ganar dinero hay que tener las manos calientes y la cabeza fría". He cometido el error de soñar despierta y tu me has despertado así, de repente, a lo bruto. Podías haberlo hecho mas adelante, podías haberme dejado soñar un poco más ya que de todas formas el final hubiera sido el mismo. Tu también me has dicho que me querías. ¿O me has mentido?.
Yo la escuchaba dejándola que desahogara con melancolía la desilusión que había sufrido al oír mis palabras, dichas sin pensar, desde luego. En mi corta juventud aún no había aprendido cómo y cuando se deben decir ciertas cosas, especialmente las que afectan a los sentimientos, a las cosas que tienen que ver con la sensibilidad del alma que toda persona, de cualquier clase y condición, tiene. Le había hablado con la misma naturalidad con que podía haberle dicho a una compañera de clase, y de juegos secretos, "Mañana no nos podemos ver porque tengo un examen".
Por primera vez en mi vida experimenté lo que había leído en los libros: el sentimiento de culpabilidad. En aquel momento, escuchando sus tristes palabras, me sentí culpable por haber echo daño, inconscientemente, a aquella mujer de la que, recién, había descubierto que estaba enamorado. Acostados como estábamos la abracé, la besé en la frente, en la mejilla, noté el sabor levemente salado de una lagrima; mi corazón latía apresuradamente, sí, la quería, me había enamorado de ella, de Maru, deseaba estar siempre con ella, sentía necesidad de sus besos, de sus caricias, sentía la necesidad de oír su voz alegre como antes. Ahora no comprendía cómo le había dicho que no podríamos vivir juntos, Que oportunidad de quedarme callado había perdido.
- No te he mentido, me he enamorado de tí, te quiero, Maru, te quiero.
Con una voz que apenas le salía del cuerpo, como un susurro, me dijo:
- Bésame Juan, bésame cariño.
Me incliné hacia ella y la besé en los labios. No busqué su lengua, el sabor de sus labios me resultaba, sorprendentemente, delicioso. Los besaba, los acariciaba con mi lengua, una y otra vez, suavemente, ligeramente, experimentando un placer nunca antes sentido. Ella correspondía a mis caricias besando mis labios tiernamente, chupando con sus labios la punta de mi lengua. Hoy sé que en aquel momento nuestros sentimientos estaban dominados por un espíritu puro; en aquel momento no existía el deseo carnal. Ignorábamos que estábamos desnudos, en una cama, en la situación idónea para echar un polvo, como se suele decir. En nuestros cuerpos, entonces, sólo anidaba un sentimiento: la ternura en estado puro. Al cabo de un rato la naturaleza reclamaba su parte en aquel juego de caricias y roces corporales, mi falo se endureció y el jugo vaginal humedeció su vulva ansiosa de una penetración que condujera al orgasmo, al éxtasis.
(Continuará)
Etiquetas: Prosa
2 Comments:
La ternura es mi sentimiento más anhelado.
Y el mío, kasandra.
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