martes, enero 30, 2007

¡Qué tiempos aquellos!



Ciertamente hubo otros tiempos en que la prisa no obedecía a necesidades tan prosaicas como correr para coger el autobús o para no llegar tarde a una cita importante con el consejero delegado de una empresa fabricante de agujeros para tubos. Eran tiempos en los que todavía no se había descubierto que la prisa provocaba estrés, y que este a su vez era el culpable de trastornos cardiovasculares, crisis de ansiedad, ulcera de estomago e incluso podía provocar cortocircuitos neuronales, peligrosísimos si se daban en situaciones críticas, como por ejemplo conduciendo por la ciudad en hora punta; si al conductor se le producía un cruzamiento de cables neuronales podía ser que le diera por bajarse del coche y abandonarlo a su suerte en medio del atasco.

Eran tiempos en los que ir al trabajo no era problema, el comerciante vivía en el propio negocio, el herrero también, el escribano iba caminando pasito a pasito, sin agobios de aglomeraciones, a la siniestra y lúgubre oficina, a la que llegaba sereno y relajado por el paseo matutino. El campesino echaba mano del borriquillo o la mula torda que todos tenían y camina caminando hacían el camino hasta la tierra donde se dejaba los sudores. Los pastores lo tenían aún mejor puesto que para ellos el tiempo no existía, las ovejas no conocían el reloj y además no tenían prisa porque no iban a ninguna parte.

El único problema que había con esta vida tan plácida y serena era con la mujer (la mujer ya era un problema en tiempos antediluvianos). La mujer, entre otros quehaceres, tenía que ir a lavar la ropa al río y como casi nunca pasaba el río por la puerta de su casa pues debía desplazarse algunas leguas según y cómo por donde discurría el agua. El resultado era que casi nunca llegaba a casa con tiempo para hacerle la comida al derringlado marido que venía sudoroso y cansado de tanto labrar la tierra. Ella que había ordeñado la vaca, había dado de comer a las gallinas, a los cerdos; que había sacado agua del pozo, que había barrido la casa, que había echo la cama, que había recogido leña para mantener el fuego sagrado del hogar y que había ido a lavar la ropa al rió, pues eso, que no había tenido tiempo para hacer la comida. El marido (un machista redomado) la cogía de los pelos y le daba unos enérgicos azotes en la zona donde termina la espalda, ella salía corriendo y el marido detrás. A la señora los azotes en el culo le recordaban que esa zona de su anatomía no estaba para sólo recibir palmetazos y el marido al levantar los varios refajos de su mujer le venía a la memoria que aquel hermoso culo estaba echo para algo más que para aporrearlo, con lo cual, cada día de colada, se convertía en unas carreras de "que te cojo", "que no me cojes", que finalizaban casi siempre en el pajar, donde tras un revolcón de los de "aquí te pillo, aquí te mato", quedaban los dos extenuados olvidándose de la comida que se consumía en el caldero. Así hasta la próxima colada. ¡Que tiempos aquellos!.

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6 Comments:

Blogger Luis Amézaga said...

Eso, las prisas son las culpables de mi eyaculación precoz, ¡coño! ;)

12:49 p. m.  
Blogger Claudia Castora said...

Amigo mío, usted ha sido uno de los grandes hallazgos de este último tiempo.
Con tus escritos frescos y chispeantes no solo haces propicia la sonrisa sino también el recuerdo y el aprendizaje.
Juan, te agradezco las palabras hermosas que me has dejado, lamento haberte encontrado justo en este tiempo en que me iré de vacaciones y no regreso sino hasta Marzo, pero te dejo mi cariño y la promesa de reencontrarnos.

2:12 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

La nostalgia: Qué buena consejera...
¿Será porque recordar es en parte hacer una versión libre de la vida?

Un saludo :)

2:43 p. m.  
Blogger Juan said...

luis, te recomiendo una terápia infalible: la siesta hispánica.
Como tu dices, es mano de santo.

9:01 p. m.  
Blogger Juan said...

kiantei, mi blog es sólo un pretexto para enlazar y leer a personas, como tú, que sí tienen cosas que decir y además las dicen hilvanando las palabras con una deliciosa gracia y una prosa que sabe a poco al terminar su lectura.
Besos.

9:10 p. m.  
Blogger Juan said...

musarella, ¿qué sería de nosotros si no tuvieramos el refugio del recuerdo de otros tiempos que la lejanía y la nostalgia nos hacen creer que fueron mejores?.

9:27 p. m.  

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