Mis amores con una prostituta ( V )
Abrazados como estábamos fuimos acercándonos a la cama y, lentamente, como un paso de baile, nos dejamos caer sobre las sabanas. Mis labios buscaban los suyos que, jugueteando, se negaban a entregarse. Cuando ella notaba que el juego me contrariaba me los ofrecía y, entreabiertos, me daba su lengua buscando mi boca, cuando yo, siguiendo su juego, rehuía sus caricias. Fueron, no sé cuanto tiempo, breves momentos o largas horas, en ese instante el tiempo se detuvo y nuestros cuerpos se fundieron en uno sólo, abrazados, entrelazados; la necesidad de poseernos, de penetrar el uno en el otro, de dar y recibir, de entregarnos con frenesí al juego de la copulación era nuestro pensamiento único; disfrutar del momento, gozar con la mujer que tenia entre mis brazos, desnuda y complaciente, realizar mis sueños eróticos, sólo eso existía. Fue tan intenso mi placer que, como me había dicho ella, no recordaba algo semejante en mi joven y corta experiencia de encuentros sexuales. Eyaculé, y mis músculos, antes cables de acero, ahora quedaron como destensadas cuerdas de velas arriadas; mi falo, antes erecto, tieso y duro, ahora, en su flacidez, era semejante a una cola de cometa en reposo. Igual que la cometa, había estado en las divinas alturas y ahora ha descendido al terrenal reposo.
Sin poder evitarlo me vinieron a la mente las escenas dramáticas que había vivido durante día que estaba a punto de terminar. No quería que los recuerdos me amargasen la grandiosa experiencia que acababa de vivir; me negaba a que los recuerdos dramáticos vividos pudiesen relegar al olvido momentos de gozo como los que había disfrutado, pero mi mente no reaccionaba ante la intención de mi voluntad. Estaba echado en la cama junto a Maru y luchaba mentalmente contra los fúnebres pensamientos que me impedían saborear el encuentro carnal que acababa de gozar. Maru me dijo:
- ¿En que piensas?, ¿no has disfrutado?, ¿algo no ha salido bien?. Dímelo mi cielo y lo volvemos a hacer. Mira como tengo los pezoncitos, duros como peladillas. Anda, ven.
- No Maru, ahora no, no puedo.
- ¿Por qué? Yo creía que lo habías pasado bien.
En la puerta sonaron unos golpes recordándonos que el tiempo establecido para una ocupación había transcurrido.
- Vaya ¡coño!, a la tía esta no se le pasa una -dijo Maru- Ven Juan, no hagas caso, ya lo arreglaré yo.
- No Maru, no puedo, no me quito de la cabeza lo que he visto hoy. Durante un rato has conseguido hacérmelo olvidar, pero no se me van de la cabeza las imágenes que he visto en Nazaret. Otro día vendré a verte. Además mañana tengo que madrugar, he quedado a las 7 con el grupo de rescate y no quiero fallar.
- ¿Vas a volver a ir con la depresión que llevas encima?.
- Si, me he comprometido, y si ellos pueden yo también tengo que poder. Mañana no será igual porque ya voy preparado.
Me levanté he hice intención de vestirme pero ella me cogió de la mano y me sentó en el bidet, me lavó los genitales con frotamientos intencionadamente lascivos pero mi falo no respondía a los estímulos del tacto (ya sabemos que los estímulos no los recibe el miembro sino que vienen inducidos por una corriente eléctrica desde el cerebro, que ha captado, analizado y aprobado las sensaciones que producen los tocamientos en las zonas erógenas), por lo que le dije que no siguiera, que eran inútiles sus buenas artes para que volviera el miembro a la posición de firmes y presentando armas.
-No quiero que te vayas así. He estado muy a gusto contigo, lo que no me ocurre a menudo ¿sabes?, me has hecho correrme dos veces, ¿A que no te has dado cuenta?. Quiero hacer lo que sea para que se te quiten de la cabeza esos pensamientos oscuros. Dime que quieres que haga.
- Nada Maru, me tengo que marchar porque he de madrugar. Mañana por la tarde cuando termine la jornada vendré a verte, te lo prometo.
- Dame un beso mi amor.
Me abrazó y nos besamos como si la despedida fuese la de dos enamorados que no se van a ver en una larga temporada. En ese momento noté algo como lo que los mayores llaman, según los síntomas, cariño, agradecimiento, ternura, amor, lo que sentí todavía no lo sabía explicar entonces (hoy sí, el primer amor de mi vida) pero algo sí que se removió en mi interior. Nunca había estado enamorado por lo que todavía no sabía distinguir entre los sentimientos de amor, cariño o deseo sexual.
Debo decir, para aclarar conceptos, que entre los seis amigos que nos presentamos voluntarios para ayudar a los damnificados por la riada, cinco estábamos estudiando, y el sexto trabajaba en un taller mecánico que había quedado anegado por el barro y, de momento, el dueño estaba tan afectado que no se decidía a tomar medidas sobre cómo sacar tanto barro, casi un metro, que llenaba el taller y que había inutilizado la mayor parte de la maquinaria, por lo que Paco, que así se llamaba el sexto amigo, también disponía de tiempo libre.
(Continuará)
Sin poder evitarlo me vinieron a la mente las escenas dramáticas que había vivido durante día que estaba a punto de terminar. No quería que los recuerdos me amargasen la grandiosa experiencia que acababa de vivir; me negaba a que los recuerdos dramáticos vividos pudiesen relegar al olvido momentos de gozo como los que había disfrutado, pero mi mente no reaccionaba ante la intención de mi voluntad. Estaba echado en la cama junto a Maru y luchaba mentalmente contra los fúnebres pensamientos que me impedían saborear el encuentro carnal que acababa de gozar. Maru me dijo:
- ¿En que piensas?, ¿no has disfrutado?, ¿algo no ha salido bien?. Dímelo mi cielo y lo volvemos a hacer. Mira como tengo los pezoncitos, duros como peladillas. Anda, ven.
- No Maru, ahora no, no puedo.
- ¿Por qué? Yo creía que lo habías pasado bien.
En la puerta sonaron unos golpes recordándonos que el tiempo establecido para una ocupación había transcurrido.
- Vaya ¡coño!, a la tía esta no se le pasa una -dijo Maru- Ven Juan, no hagas caso, ya lo arreglaré yo.
- No Maru, no puedo, no me quito de la cabeza lo que he visto hoy. Durante un rato has conseguido hacérmelo olvidar, pero no se me van de la cabeza las imágenes que he visto en Nazaret. Otro día vendré a verte. Además mañana tengo que madrugar, he quedado a las 7 con el grupo de rescate y no quiero fallar.
- ¿Vas a volver a ir con la depresión que llevas encima?.
- Si, me he comprometido, y si ellos pueden yo también tengo que poder. Mañana no será igual porque ya voy preparado.
Me levanté he hice intención de vestirme pero ella me cogió de la mano y me sentó en el bidet, me lavó los genitales con frotamientos intencionadamente lascivos pero mi falo no respondía a los estímulos del tacto (ya sabemos que los estímulos no los recibe el miembro sino que vienen inducidos por una corriente eléctrica desde el cerebro, que ha captado, analizado y aprobado las sensaciones que producen los tocamientos en las zonas erógenas), por lo que le dije que no siguiera, que eran inútiles sus buenas artes para que volviera el miembro a la posición de firmes y presentando armas.
-No quiero que te vayas así. He estado muy a gusto contigo, lo que no me ocurre a menudo ¿sabes?, me has hecho correrme dos veces, ¿A que no te has dado cuenta?. Quiero hacer lo que sea para que se te quiten de la cabeza esos pensamientos oscuros. Dime que quieres que haga.
- Nada Maru, me tengo que marchar porque he de madrugar. Mañana por la tarde cuando termine la jornada vendré a verte, te lo prometo.
- Dame un beso mi amor.
Me abrazó y nos besamos como si la despedida fuese la de dos enamorados que no se van a ver en una larga temporada. En ese momento noté algo como lo que los mayores llaman, según los síntomas, cariño, agradecimiento, ternura, amor, lo que sentí todavía no lo sabía explicar entonces (hoy sí, el primer amor de mi vida) pero algo sí que se removió en mi interior. Nunca había estado enamorado por lo que todavía no sabía distinguir entre los sentimientos de amor, cariño o deseo sexual.
Debo decir, para aclarar conceptos, que entre los seis amigos que nos presentamos voluntarios para ayudar a los damnificados por la riada, cinco estábamos estudiando, y el sexto trabajaba en un taller mecánico que había quedado anegado por el barro y, de momento, el dueño estaba tan afectado que no se decidía a tomar medidas sobre cómo sacar tanto barro, casi un metro, que llenaba el taller y que había inutilizado la mayor parte de la maquinaria, por lo que Paco, que así se llamaba el sexto amigo, también disponía de tiempo libre.
(Continuará)
Etiquetas: Prosa
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