A tus pies, mujer

Andaba yo preocupado últimamente por una cuestión que no sabía si era una desviación sexual, o una aberración, o, simplemente, una manía persecutoria de esas que aparecen y desaparecen según la climatología, o el estado de ánimo en que se encuentra uno. El caso es que pensando, pensando, me di cuenta de que la cosa venía de muy atrás y no había reparado en ello. La cuestión es que me gustan, me encantan, me excitan los pies de las señoras y los de las señoritas también, qué diablos. Voy a intentar explicar desde donde me viene esa fijación y la liberación que ha supuesto para mí el saber que es una simple debilidad por los pies de las mujeres, o sea, fetichismo sexual puro, ni más ni menos. Si algún varón de los que lean esto padece los mismos síntomas que no se alarme porque no es mal de morir ni de camisa de fuerza ni de juzgado de guardia.


En mis tiempos mozos (1956-60) frecuentaba un teatro de variedades que había en Valencia y que se llamaba Teatro Alcázar. Y, como suele ocurrir entre la gente joven, al poco tiempo estaba integrado en un pequeño grupo de muchachos entusiastas, como yo, del teatro de varietés (por entonces la palabrita sonaba mejor a ambiente pícaro y libertino que la de variedades), donde poco a poco fuimos haciendo amistad con las chicas del coro, y más adelante nos atrevimos con las primeras figuras, las vedettes. Todos los días , sobre las siete u ocho de la tarde, nos veíamos en la entrada del teatro, sacábamos las entradas y pasábamos dos horas disfrutando del espectáculo, haciendo guiños y gestos a las chicas con las que cada uno de nosotros había "ligado", y lo que más nos entusiasmaba es que ellas correspondían con más guiños y disimulados gestos hacia el palco en que nos encontrábamos (tuvimos que abonarnos a uno por una temporada ya que salía más barato que adquirir siete u ocho entradas todos los días) . Teníamos la grata sensación de que actuaban sólo para nosotros, mocicos ignorantes al fin y al cabo, y nos hinchábamos como pavos en celo al ver que los espectadores del patio de butacas y del gallinero nos miraban preguntándose quienes serían esos chicos a los que las artistas les hacían carantoñas.


Cuando llegaba el verano el teatro cerraba hasta septiembre y los artistas se dedicaban a hacer "bolos" o, como ahora se dice, "galas" ya que en verano en todos los pueblos de los alrededores, y algo más allá, se celebraban fiestas, unas veces en locales cerrados y otras en las plazas de los pueblos, con lo que no les faltaba trabajo en todo el año. Como ya estábamos "enganchados" y metidos de lleno en el ambiente de la farándula, acostumbramos a acompañar a "nuestras" chicas a donde fueran a actuar. En una de esas actuaciones que se hicieron sobre un escenario montado en la plaza del pueblo (no recuerdo su nombre) tuve mi primera manifestación fetichista. El escenario estaba situado a un lado de la plaza y delante de unas casas, en las que, alguna que se prestó, se vestían y se maquillaban las/os artistas, cantantes, bailarinas, cómicos, etc. Muy cerca del escenario había un bar en el que nosotros, durante las actuaciones, nos pusimos morados de vino y cerveza que nos invitaban los mozos del lugar intentando que les presentásemos alguna artista para "arrimarse" un baile al terminar el espectáculo. El caso es que, estando yo bastante a colocado debido a la bebida y al barullo del espectáculo, apareció por el bar "mi" chica pidiendo una coca cola. ¡Para qué quieres más!, todos los mozos se echaron a la barra intentando invitarla mientras ella se quedó a la entrada hablando conmigo.


Mi chica se llamaba Angela Santana y era bailarina de flamenco; a mi se me caía la baba cuando la veía bailar la "Danza del fuego", y es que ella ponía tal sentimiento cuando bailaba que se me ponían los pelos como púas viéndola, y no sé por qué me dio por pedirle que me pisara como lo hacia cuando bailaba. Ella se reía y no me hacía caso, durante toda la noche, cada vez que la veía se lo pedía, ella riéndose accedió un par de veces y yo me quedé con ganas de más. Para no hacer más largo el relato diré que durante todo el tiempo que tuve relaciones con ella (dos años), se lo volví a pedir muchas veces, al final ella se mosqueaba porque no comprendía aquella manía, ni yo tampoco pero me gustaba; incluso en alguna ocasión en que el ambiente era propicio me permitió que le besara y acariciara con la lengua sus, para mí, excitantes pies.

Después de aquella relación no pensé más en aquel tema. Años más tarde, con mi novia formal, se repitió el deseo. Empecé pidiéndole que permitiera fotografiar sus pies en infinitas posturas, con distintos zapatos, con medias, sin medias, hasta que pasamos a mayores, y durante algunos años ni me acordé del maldito fetichismo. Yo lo achaco al estrés que mi trabajo me producía; siempre estaba viajando y cuando no, era porque tenía que residir cerca de las obras durante la semana, volviendo a casa cada siete o quince días. Tenía mi cabeza bastante más ocupada que cuando andaba por el teatro.


Hace poco caí en la cuenta de que lo primero que miro en una mujer son sus pies (y a continuación su culo, pero eso es otra historia). Si sus pies están bien formados, bien cuidados y bien calzados, me importa poco lo que haya más arriba. Es frecuente que lo que hay más arriba esté acorde con los preciosos pies que lo sostienen .

Pues bien, intentando aclarar mis ideas al respecto, días atrás me dediqué a hurgar en las tripas de la wikipedia y ahí se acabaron mis dudas sobre si lo mío era de psiquiatra o era pecado, o algo contranatura, o, tal vez, maligna perversión. Aclarado, tengo un cerebro perfectamente sano, equilibrado y bien amueblado; a esta conclusión he llegado después de leer el artículo sobre este asunto que viene en la citada enciclopedia digital, ¡Eureka!.

Que ustedes, ellos y ellas, lo pasen bien y disfruten de sus fetichismos con la conciencia muy tranquila.

Si están interesados en este asunto lean esto




Señoras, señoritas, por favor, cuiden sus pies porque son una fuente inagotable de placer ¡también para ustedes vosotras!.