viernes, diciembre 15, 2006

Mis amores con una prostituta ( VI )

Salí de la habitación y bajando por la estrecha escalera empecé a recobrar la noción de la realidad, de que la vida real estaba en la calle, en los poblados marítimos, en Nazaret y en la Malvarrosa, lo real eran aquellas gentes que pululaban por aquellos callejones en busca de no se sabe qué para ¿olvidar?, ¿para satisfacer su infantil lujuria?, ¿para qué y por qué estaban aquellas gentes en estas callejuelas?. No sé para qué ni por qué estaban allí pero lo cierto era que yo también estaba, la única diferencia es que yo sí sabía el por qué y ellos no, eran gente sin norte ni rumbo que guiara sus pasos perdidos, gente vacía de contenidos, vacías de proyectos, vacías de vida, de inquietudes, de dudas, vacías de sueños..., de todo, como propuesta de futuro sólo les quedaba la incertidumbre y el dolor. Ya en la calle, el fresco húmedo de la noche me hizo revivir las horas pasadas, mi estancia en "El Tanguito" y el lance carnal con Maru pasaban por mi imaginación con la rapidez de un trailer de película, apenas ocupaban un mínimo espacio en mi mente. Miré el reloj, las 23:40, debía ir a casa a dormir, sentía mi cuerpo mas ligero que cuando nos internamos en el barrio chino, era una sensación agradable, caminaba sin esfuerzo, como pisando nubes, como flotando en el aire fresco de las noches de otoño. En las calles, fuera del barrio del pecado, las gentes de bien, las que nunca pisaban los antros de perdición de donde yo venía, andaban desorientadas, pidiendo noticias, no había luz en las viviendas, ni agua potable, se formaban corros en los que, irresponsablemente, se agigantaba la ya grandísima tragedia que nos había envuelto a los valencianos, de la capital y de la provincia, como informaba la radio y que se escuchaba por medio de los radio transistores a pilas. A esas horas llovía débilmente. Al día siguiente vendría otra avalancha de agua por el río debido a las lluvias torrenciales que habían caído por la zona montañosa.

Caminé por calles encharcadas debido a que el alcantarillado se encontraba atorado, no podía evacuar el agua porque la tormenta en el mar impedía que desaguaran las tuberías de los emisarios. Llegue a mi casa pasadas la 12 de la noche. Mi madre estaba levantada esperándome, quería estar segura de que no me había pasado nada, le di un beso y me fui a mi habitación, puse el despertador a las 6 y mi cuerpo cayó rendido en la cama donde el sueño se apoderó de él al instante. Por la mañana me presenté en el lugar de encuentro con los equipos de rescate. Se notaba una mayor organización, los soldados, los bomberos, la policía y la guardia civil no habían parado en toda la noche. Nos dirigimos a los poblados marítimos donde estuvimos recogiendo y cargando enseres y restos que las máquinas excavadoras se dejaban atrás ya que estas cargaban a tajo y no se entretenían en lo que les caían de los cazos. El ruido era ensordecedor, camiones, máquinas, martillos neumáticos, sopletes, grúas, gente picando, vecinos llorando y lamentando algún desaparecido. Habían también camiones repartiendo alimentos y ropa de abrigo, lo que creaba todavía mas confusión en las calles.

A media tarde la radio dio la noticia de que el río estaba volviendo a crecer. Arrastraba las aguas de la lluvia que había caído incesantemente sobre las montañas. Nos hicieron retirarnos por si se volvía a desbordar ya que podíamos quedar atrapados entre la riada y el mar que estaba crecido. Los camiones se llevaron a personas que querían ir a pasar la noche en casa de otros familiares o amigos que vivían en zonas mas altas de la ciudad. Volvimos a la Avenida del Oeste, donde la aglomeración de gente era mayor que en el resto de la capital. Nos preguntaban, querían saber como estaban las zonas mas afectadas, si habían muchos muertos, si habían caído muchas casas, en fin, curiosidad de gente que no había sufrido ningún daño, sólo los inconvenientes de no tener suministro de electricidad, ni de teléfono ni de agua potable, pero sólo en algunas zonas en las que durante el día habían estado repartiendo agua con camiones cuba. Subimos a los aseos del edificio de la CNS y nos duchamos como pudimos. Dejamos los embarrados monos del ejercito que nos habían dado y las botas de goma y nos pusimos nuestra ropa que la habíamos llevado todo el día atada a la cintura. Cuando salimos del edificio y si mediar palabra, como el día anterior, nos dirigimos al barrio chino.


(Continuará)

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