Descanso eterno
En uno de estos días en que los creyentes rememoramos la pasión y muerte de Jesucristo y los no creyentes aprovechan para disfrutar de unos días de escaqueo laboral, me encontraba solo en casa pues mi familia había bajado a la calle a presenciar la procesión. Estaba en una habitación que daba a la calle por la que pasaba el desfíle sacro; sentado en mi sillón con las piernas abrigadas bajo las faldas de una mesa camilla levemente caldeada, la tarde iba cediendo claridad al avanzar hacia la noche y la habitación iba quedando en leve penumbra. La procesión era la del Santo Entierro, silencio, en la calle apenas un murmullo, los tambores marcaban un sordo compás, monótono, monocorde. O sea que se daban todos lo condicionantes para favorecer lo que se suele llamar andar entre sueños o estar en el limbo, lo mismo da que da lo mismo.
Pues ya instalado en el limbo definitivamente, mi inconsciente comenzó a hacer de las suyas, como hace siempre que bajo la guardia, y me encontré recordando cosas y casos de mis viajes por valles y cañadas, caminos, trochas y senderos e incluso algún que otro barranco. Por lo visto y por asociación de ideas, entierro, cadáver, tumba, eternidad..., nada ..., recordé un viaje que tuve que hacer a mediados del otoño por tierras del bajo Aragón. Era media tarde y pasé por una pequeña aldea, no recuerdo el nombre y ni siquiera sabría volver a ella, y a las afueras se encontraba el cementerio; al pasar por delante de él me llamó la atención lo pequeño que era y su rusticidad, el silencio y la soledad que rodeaban aquel rincón dedicado al descanso eterno. Detuve el coche, cogí mi cámara fotográfica que siempre me acompaña y me acerqué andando a la puerta, una pequeña verja de hierro, oxidada por su antigüedad y que a duras penas se podía abrir era la única protección del pequeño camposanto. Traspasé la verja y, en el instante mismo de traspasarlo, experimenté una sensación de bienestar, de que mi cerebro se quedaba vacío, en él no había nada, sólo placidez, yo sólo era un montón de huesos envueltos en carne vieja, un cuerpo del que apenas tenía conciencia, que parecía flotar por entre las pocas tumbas que allí habían. Quería hacer unas fotografías para tener un recuerdo de aquel lugar que me había causado tan grata sensacion, pero no podía, algo me lo impedía, algo o alguien me decía que iba a violentar el descanso y la recoleta soledad de los seres allí enterrados. Casi con temor, con cierto sentido de culpabilidad y pidiéndoles perdón in mente por si los incomodaba, disparé una toma, no fui capaz de hacer más fotos. Estuve sentado sobre una piedra largo tiempo, no sé cuanto, el que transcurrió mientras me fumaba cuatro pitillos. Las colillas las recogí y las eché en el cenicero del coche.
Lo que sí recuerdo es que durante el camino hacia el destino de mi viaje, hora y media de ruta ya de noche, iba haciendo un repaso de las estrambóticas divagaciones a que en aquel santo lugar me entregué sin saber por qué ni a santo de qué, lo que me provocó alguna que otra sonrisa o risa contenida, que no fuera a parecer tonto del haba por reírme a solas conmigo. Tales así eran las elucubraciones a las que me entregué como si fueran consecuencia de una sobredosis de María Yerbabuena:
- Me gustaría que me enterrasen aquí cuando me muera. Esto si que es un acogedor refugio para disfrute de la eternidad.
- En la cabecera de la tumba quisiera que plantaran una higuera. Me pierdo por las brevas.
- ¿Cómo será el transito, corto, largo, habrá que subir, habrá que bajar?. Ya se sabrá.
- ¿El transito será andando o volando?. Ya se verá.
- ¿Cómo será el Mas Allá?, ¿Estará muy lejos o aquí cerca?. En su momento lo sabré.
- Cuando vea venir a la Parca le preguntaré si en el Mas Allá se permite fumar, para llevarme acopio, no sea que lo que se fume allí no me guste. Hay que pensar en todo.
- Doña Parca, desde siempre he sentido curiosidad por saber - le preguntaré- ¿es usted casada?, ¿tiene hijos?, ¿trabaja usted sola en esto de recoger difuntos?; debe ser estresante con tantos muertos diarios en todo el mundo ¿no?, sobre todo ahora en Iraq o en Afganistán tendrá que hacer jornada intensiva. ¿Padece usted angustia vital?.
- ¿Vamos andando o trae usted ....
- Juan..., Juan..., despierta, la procesión ha terminado. Venga..., vamos a dormir que es tarde, aunque tu ya llevas algo adelantado, vaya. Señor, señor..., que hombre este, en cuanto se queda solo, hala, a dormir.
Buenas noches.
Etiquetas: Prosa
6 Comments:
Me gustan los cementerios, les hago fotos...no a todos, sólo los que me llaman la atención por alguna u otra razón... en ellos se ven las distintas maneras que hay de tratar a la muerte que sin duda tienen todo que ver con como tratan a la vida...me ha gustado
Saludos
Hasta aquí ha llegado la calma que destila su relato-sueño. Ya hemos resucitado, gracias a dios.
Cuando uno está muerto, todos los días son domingo, que dijo el clásico.
Magnífico relato en las postrimerías de la Semana Santa.
El cementerio me ha encantado, sencillo y austero, como debe ser.
Buenas tardes. Paso por aquí desde Isabel Romana y me encuentro con tu experiencia onírica de esta semana pasada y con tu experiencia en el cementerio quititito.
Crecí en un pueblo muy pequeño y recuerdo que íbamos al cementerio a buscar trozos de cerámica para jugar. Nunca me dio miedo porque además los muertos, eran muertos conocidos, algunos familiares.
Es cierto que respiran paz, así como también en un pueblo pequeño los vivos respiran más paz que en las grandes ciudades.
Espepro que tus reflexiones te sirvan para llevar mejor este camino que es la vida.
Un saludo
Una de las virtudes de la muerte es que suele ser muda. No da resultados preguntarle. Ahora bien, estoy segura de que tiene un montón de ayudantes y esos sí suelen hacer ruidos y gritar consignas... Besos y dulces sueños.
Publicar un comentario
<< Home