martes, diciembre 26, 2006

Mis amores con una prostituta ( IX )

- Ven mi amor, ven junto a mí y ámame.
Echada en la cama me ofrecía su cuerpo desnudo, su piel anacarada me turbaba, la sombra de su pubis me excitaba, sus breves y turgentes pechos, sus oscuros pezones, como pequeños bombones, se dejaban entrever a través del finísimo sujetador que, provocativos, pedían ser acariciados, lamidos, besados, chupados con la ternura que lo haría un bebé ávido de leche materna. Al contemplarla así, desnuda, entregada, llamando mi atención con los brazos alzados hacia mí, volví a sentir aquella comezón en lo más intimo de mi ser que ya había experimentado en otras dos ocasiones. Mi mente estaba confusa, una niebla luminosa me impedía ver a la mujer, sólo veía un cuerpo, lo deseaba, anhelaba poseerlo, penetrarlo hasta lo mas profundo de su humedecido interior, pero a la vez sentía una ternura, inexplicable para mí, hacia aquel ser que me lo daba todo, su cuerpo y su ¿amor?, ¿sería esto el amor?, ¿hacer el amor?, ¿sentir amor?. De momento vi a una mujer que, temblorosa, me pedía, no una unión física, no una satisfacción sexual para aliviar la tensión corporal, me pedía estar junto a ella, nada más que eso; me pedía que compartiéramos nuestros sentimientos, me pedía compartir con ella la emoción del encuentro de nuestras almas. En mi cabeza giraban los pensamientos como un carrusel ferial, ¿amor?, ¿sexo?, ¿ternura?, ¿satisfacción de los cuerpos?. En aquellos breves instantes me encontraba confundido, mi respiración no mantenía el ritmo normal; mi inexperiencia no me ayudaba a interpretar mis sentimientos y entonces, como un flash fotográfico, me vino a la memoria una frase leída tiempo atrás: "El primer suspiro del amor es el último de la cordura". Pues eso debía de ser, yo estaba enamorado de Maru. Ahora era mas fuerte mi deseo de acariciarla, de besarla, de protegerla, de estar siempre unido a ella, de compartir días y años con ella, de verme en ella, de reír y llorar con ella, ..."en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, hasta que la muerte os separe".

Me eché junto a ella, la besé suavemente, mis manos acariciaron su cuerpo con la ternura con que se acaricia a un recién nacido, juntos nuestros rostros y nuestros cuerpos unidos estuvimos, no sé cuanto, minutos, horas, no sé.
- Te quiero Maru. Le dije.
- Amor mío yo también estoy enamorada de ti, te quiero Juan, te quiero. Deseo estar siempre contigo, no quiero separarme de ti, viviremos siempre juntos, hasta que Dios quiera.
Por un instante, al oír sus palabras, mi rostro se ensombreció.
- ¿Que pasa Juan, no olvidas las desgracias que has visto estos días?.
- No, no es eso. Cuando estoy contigo no existe nada mas pero has dicho algo que me ha entristecido.
- He dicho que quiero estar siempre contigo, que quiero vivir toda la vida contigo, ¿eso te ha puesto triste?.
- Es que te olvidas de tu trabajo. Podemos querernos, soy capaz de quererte aunque te acuestes con otros, pero no podremos vivir juntos. No podremos llevar una vida de pareja. Me tomarían por tu chulo o me señalarían por cornudo. He llegado a admitir que mientras folles con otro puedas estar pensando en mi. Que desees verme todos los días, como yo a ti, pero tu trabajas hasta altas horas de la noche, ¿cuando nos veremos, un día a la semana, cuando sea tu día libre?.
Ahora fui yo quien vio su rostro contrariado. Estuvo un rato sin hablar. Yo, respetando su silencio, la besaba en el cuello, le bajé la copa del sostén de uno de sus pechos y mordisqueaba su pezon, recorría con la lengua su vientre bajando hasta su poblado y cálido monte de venus donde, apartando parcialmente su fina braga, depositaba mis besos sobre su vello perfumado. Seguía por sus muslos tersos, firmes en su blandura, las pantorrillas, los talones, los pies, sus preciosos pies cubiertos por las medias que, desde los muslos, las sujetaban un fino liguero. Ella jadeaba, gemía, pero no hablaba. La dejé que meditara sobre lo que le había dicho, pensé que era bueno que valorase nuestra situación, quería ver cual era su reacción. Me recosté sobre la cama y encendí un pitillo. Ella seguía sin decir palabra. Estaba como ausente, abstraida, fuera de aquella habitación. En algún lugar del espacio estelar.

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2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Entonces es ahí donde se concluye que el amor es una falsedad luchando contra los pensamientos... sigo leyendo... y espero a ver si es una muerte adelantada o no ...

7:24 p. m.  
Blogger Juan said...

Kasandra, creo que el amor, en los jóvenes, es una falsedad que lucha contra la naturaleza. En los adultos es una falsedad que oculta el deseo de apareamiento para la conservación de la especie; y en los mayores es una falsedad que encubre la necesidad de existir.
Sin lo que conocemos por amor no hay energía, ni motivación ni trascendencia.
Saludos.

12:38 a. m.  

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